Director
I have been a librarian for 35 years now, a profession I came to after passing the relevant State competitive exams. I was a frequent library user in my childhood, but -as was common among my generation in Spain- as a teenager I studied and read mostly at home. Later, while following my university degree in Philology, I rediscovered libraries and remained close to them ever since. Except for a brief period spent at Spain’s National Library, I have always worked in public university libraries. I was privileged to witness significant changes at times when automated management systems and digital resources were beginning to be implemented, while we young librarians were leaving behind the cardboard cards and our looks of suspicion towards students.
For years I have been working in contact with old books and with senior or junior researchers at the University of Salamanca Historical Library. For this reason, I would like to devote these brief lines not to state my understandable conviction that libraries play important roles for the academic community, but rather to express a feeling, a commitment and a certainty. The feeling of complete satisfaction for the opportunity to travel back in time every day and interact with the authors and readers who left their mark on our manuscripts or printed records, and then to return to the present and learn from the experts who visit us today, increasingly through wireless connections. The commitment to seek an effective balance between preservation and dissemination: taking care of the cultural legacy I received from previous librarians while making it available not only to researchers but also to society at large. And finally, the certainty that, compared to other types of libraries -in constant evolution, with new missions, new buildings and increasingly virtual- historical libraries, rejuvenated and revamped with all the technology they are capable of incorporating, will continue to be essentially the same: the old parchment and paper libraries our ancestors knew.
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Hace ya 35 años que soy bibliotecaria, profesión a la que llegué tras superar los correspondientes exámenes estatales. En mi infancia fui una buena usuaria de bibliotecas, pero --algo muy habitual en España y en mi generación— fui una adolescente de estudio y lecturas en casa. Más tarde, durante mis estudios universitarios de Filología, descubrí de nuevo las bibliotecas y ya no las abandoné. Excepto un breve periodo en la Biblioteca Nacional, siempre he trabajado en bibliotecas universitarias y por fortuna siempre en épocas de profundas transformaciones, cuando empezaban a implantarse los sistemas de gestión automatizada y los recursos digitales, al tiempo que los jóvenes bibliotecarios íbamos dejando atrás las fichas de cartulina y las miradas de desconfianza hacia los estudiantes. Pero desde hace años trabajo en contacto con los libros antiguos --y con profesores e investigadores en formación-- en la Biblioteca Histórica de la Universidad de Salamanca. Por ello, quiero dedicar estas breves líneas, no a declarar la importancia de las bibliotecas para la comunidad universitaria, de la que, por supuesto, estoy convencida, sino a expresar un sentimiento, un compromiso y una certeza: El sentimiento de plena satisfacción por tener diariamente la oportunidad de viajar en el tiempo y conversar con los autores y lectores que dejaron sus huellas en nuestros manuscritos o impresos, para luego volver a mi época y aprender de los especialistas que hoy nos visitan, aunque cada vez más de un modo virtual. El compromiso de buscar un efectivo equilibrio entre preservación y difusión: cuidar del legado cultural que los bibliotecarios anteriores dejaron en mis manos, pero sin renunciar a difundirlo no solo a los investigadores, sino también a la sociedad en general. Y, por último, la certeza de que, frente a otros tipos de bibliotecas –en constante evolución, con nuevas misiones, nuevos edificios y cada vez más virtuales-- las bibliotecas históricas, rejuvenecidas y maquilladas con toda la tecnología que son capaces de absorber, seguirán siendo en esencia las mismas: las viejas bibliotecas de pergamino y papel que conocieron nuestros antepasados.